El sistema y los actores
Resumen
Se ha difundido un discurso sobre la muerte del Estado-nación, como parte de un discurso más amplio sobre la globalización. El Estado-nación, tal como se ha formado en la Europa moderna y difundido en muchas partes del mundo, en particular en América Latina, aparece incapaz de intervenir eficientemente en una economía globalizada, en la cual compañías transnacionales tienen a menudo más poder y recursos que la mayoría de los Estados-naciones. Tres consecuencias son extraídas de esta observación. Algunos -numerosos- piensan que ya existe un Estado mundial, los Estados Unidos, desde que se ha terminado la guerra fría con la derrota del sistema soviético. Otros -menos numerosos- piensan que se están creando instituciones mundiales, aquellas que forman parte de las Naciones Unidas o que ya representan el comienzo de un orden judicial mundial. El caso Pinochet ha impresionado: cualquier juez de cualquier país puede lanzar una acción judicial contra un dirigente de otro país, en ciertos casos, como de genocidio o de tortura. Un grupo más importante pone el énfasis en la formación de Estados supranacionales, como la Unión Europea, concebida hoy como una federación de Estados nacionales, como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN-NAFTA) o como el MERCOSUR, que no quiere ser solamente un mercado común. Pero ninguna de estas perspectivas responde a la pregunta inicial. Estamos muy lejos de un Estado mundial y la visión fuertemente federalista de Europa no progresa y, al contrario, pierde terreno. Por eso, es necesario revisar la idea de partida, considerada como casi evidente. En realidad, los imperios se quiebran, los Estados multinacionales se rompen; los Estados nacionales resisten más a la internacionalización de la economía. No hay ruptura del Japón, de los Estados Unidos, de Francia. Alemania es hoy fortalecida con la unión del Oeste y del Este. Las autonomías nacen en España y en el Reino Unido, pero se trata más de una consecuencia de la conciencia nacional que de la ruptura del Estado-nación. Esta conclusión no nos impone un regreso al tipo clásico de la nación-Estado. Sugiere más bien otra conclusión: la diferenciación y disociación crecientes de los sectores de la vida social. No cabe duda que gran parte de la economía es globalizada. De manera paralela, por lo menos en el caso europeo, es ya visible que Bruselas y la Unión Europea representan un verdadero centro de decisiones políticas. Los parlamentos europeos aplican, tienen que aplicar, las "directivas" de Bruselas. La moneda es europea. El poder judicial, los grandes medios, en algunos casos los profesionales y, en muchos, los trabajadores de las empresas públicas, participan de manera activa en el sistema político. Y por "debajo" del sistema político, no solamente ciudades y regiones son más activas, sino, más importante aún, grupos culturales, ecologistas, defensores de minorías, feministas y muchos más, como las ONGs en América Latina o en Europa del Este, son parte de la "sociedad civil" que en realidad es un nuevo nivel de la vida política, como un siglo atrás los sindicatos se crearon y representaron un componente del sistema político, independiente -en parte- de los partidos políticos. La conclusión puede ser entonces que la idea de Estado-nación desaparece, en cuanto correspondía a una fuerte interrelación de todos los elementos de la vida social al mismo nivel territorial. Pero ni el Estado ni la nación desaparecen ahogados por el poder absoluto de los mercados. Si uno acepta esta idea de la diferenciación territorial creciente de los sectores de la vida social, se da cuenta de que la posibilidad de intervención de fuerzas políticas, sociales y culturales en la vida económica, en todos sus niveles, no ha disminuido y, en muchos casos, ha aumentado. A.T.