La descentralización y la crisis político-institucional en Venezuela
Resumen
La crisis político-institucional que sufrió Venezuela durante las últimas dos décadas del siglo XX, fue en gran medida una crisis de representación de los partidos políticos tradicionales. La descentralización, aplicada como un correctivo para enfrentar los problemas de gobernabilidad y representatividad, produjo un efecto contrario al esperado dado que generó un liderazgo regional más autónomo de las cúpulas partidistas y con mayor representatividad que los políticos profesionales integrantes de las mismas. El caso es que tal liderazgo regional no transfirió su representatividad a los partidos tradicionales de donde provenían, dando lugar al surgimiento de liderazgos personales afincados en alianzas políticas más fluidas y más estrechamente vinculadas a los intereses de grupos regionales y locales. La descentralización le otorgó mayor flexibilidad al juego político en Venezuela. En este sentido, la multiplicación de los puntos de referencia del descontento y del descontento político efectivo, permitió repartir una carga que anteriormente soportaba uno solo. Esta flexibilidad resultó especialmente útil cuando, en el marco de las intentonas golpistas del año 92, el descontento acumulado con el gobierno nacional se equilibró con los otros puntos de referencia política que no generaban rechazo o con los cuales se estaba más esperanzados, como eran sus gobernadores o sus alcaldes. Por otro lado, la descentralización al propiciar la multiplicación de los procesos electorales generó en los partidos el interés por participar y ganar elecciones a un ritmo tal que desestimulaba la preocupación por construir ideologías, estructurar programas nacionales y educar afiliados. El objeto del juego político era ganar elecciones y para ello la necesidad de contar con flujos abundantes y constantes de financiamiento, propició la generalización de prácticas administrativas viciadas en el manejo de fondos públicos y privados. La dinámica estadal y local desatada por la descentralización permitió que el juego político fuera cada vez más autónomo de las orientaciones e intereses de las direcciones nacionales de los partidos y de las otras instancias del poder central. En todo caso, la descentralización permitió el surgimiento de una clase política de nuevo tipo, especialmente si tomamos en cuenta su manera de relacionarse con los partidos políticos. En este sentido los partidos políticos tradicionales perdieron la capacidad para conformar la clase política, dadas las nuevas posibilidades que brindó la descentralización, el sistema electoral y las dificultades que los propios partidos enfrentaron para desarrollar un liderazgo social exitoso proveniente de sus filas. Accedieron a los puestos de representación popular personas con blandos vínculos partidistas que se percibían a sí mismos más como líderes sociales que como líderes de partido y aceptaron ser postulados por los partidos sin desarrollar con ellos vínculos orgánicos. Los partidos políticos se convirtieron, entonces, en catapultas al servicio de liderazgos más individuales que colectivos.