La participación protagónica como motor de transformación política
Abstract
Una propuesta de participación protagónica desde el Estado es un desafío múltiple: más allá de la simple implementación de "metodología", su desarrollo exige un debate y opciones políticas, así como el desarrollo de experiencias concretas que pueden sustentar la propuesta y sostener, ampliar el debate con todos los actores. Parte de una voluntad de transformación de las relaciones sociales, lo cual exige reconocer el Estado en su rol histórico de segregación y dominación sobre los sectores pobres. Exige por ejemplo reconocer la visión asistencial y paternal que se ha configurado en la relación Estado-sociedad. De la misma manera, el discurso de la visión "técnica" del Estado, el cual no debe construir política sino técnicas de atención a la gente: el Estado sería así un ente neutro, simple promotor de servicios públicos, sin influir en relaciones sociales. También, el análisis de los programas enfocados desde la demanda y oferta nos lleva a diferenciar la atención a necesidades básicas y esquemas clientelistas. Nos exige valorar los espacios locales con prácticas y dinámicas de resistencia desde la vida material y simbólica, que en la relación tradicional de Estado-sociedad no han sido promocionadas ni valoradas por los agentes estatales. Finalmente, los procesos de participación protagónica, entendiéndolo como el proceso de "hacer que la gente se ponga a poder", exigen reconocer y fortalecer las capacidades socio-políticas de los sujetos, y para ello, reforzar las capacidades de los agentes de Estado que tienen como misión garantizar sus derechos, para la dignidad y la autonomía de la gente. De esta manera, y yendo a la cotidianeidad de la gente, podremos como pueblo reconocernos y quizás encontrar el "py'aguapy", tal como nos dijeron en una comunidad indígena que nos expresaba así su ideal actual de "desarrollo". Ello obliga a revisar nuestras miradas sobre el desarrollo, los Estados modernos, y ver la doble cara de la "institucionalidad". En particular, en un país con niveles de desigualdad altísimos, en el cual una sola persona puede llegar a tener hasta un millón de hectáreas mientras familias viven con 5has, siempre existe un peligro de apropiación cuando va el Estado al encuentro de otras prácticas, otras culturas: más allá de lo que puede ser la confrontación, es imprescindible reconocer la autonomía de las prácticas sociales, y no buscar apropiarse de ellas, para burocratizarlas y finalmente vaciarlas de su sentido comunitario y protagónico. En este sentido, garantizar los derechos humanos es la primera tarea del Estado: garantizar el acceso a la tierra en particular y el hábitat digno, la salud y educación. La participación no es un programa, es un proceso de reflexión, formación y transformación, que se da desde el reconocimiento de la pobreza y sus causas, desde la sinceridad, la formación, el análisis y sobre todo la convicción de cruzarnos cada día con personas que saben tanto como nosotros/as mismos/as, y por lo tanto que trabajar con la gente es el camino de la transformación.