Elementos para una superación del normativismo en la promoción de la ética de la función pública
Abstract
Una paradoja preside la formación ética, en general, y la formación ética del funcionariado público, en particular, cual es la de la constatación de la ineficacia de los códigos y reglamentos, considerados como herramientas básicas para la formación moral, y su ineficacia manifiesta en términos del logro de los objetivos propuestos. En este sentido, una de las notas características de gran parte de los programas de fomento de la ética de la gestión pública, es su énfasis en la creación de normas, códigos y marcos normativos, bajo el supuesto de que la promulgación de dichas normas constituye el centro de la solución de los problemas éticos en el funcionamiento del Estado. Si bien es cierto que las normas, y su eficaz aplicación, constituyen un factor importante en los procesos de promoción de valores y principios éticos, no es menos cierto, como nos lo enseñan numerosísimas experiencias, que la existencia de las normas, ni la amenaza de sanciones, como tampoco la vigilancia extrema, por demás costosa y desgastante, han servido eficazmente para mermar los índices de corrupción pública, tal como lo muestran los estudios de Transparencia internacional. En este sentido, un refrán latinoamericano de los medios judiciales, pareciera también aplicarse a la gestión pública, siendo este: "hecha la ley, hecha la trampa". Ante este panorama, una relectura de la tradición ética, nos muestra que al lado del conocimiento de las normas, perspectiva conocida académicamente como "intelectualismo ético", hay otros elementos y mecanismos que, históricamente, han servido también para promover valores y cambios de actitud en las personas. Experiencias formativas nos enseñan que los frutos más eficaces, en materia de formación ética, se obtienen de la conjunción de cinco tipos básicos de elementos: 1) Los de carácter experiencial, que en términos académicos se traducen en estudios de casos, o en el Action - Reflection - learning; 2) los de carácter simbólico, relacionados con la promoción de signos y símbolos que motivan a una vivencia de ciertos valores; 3) los conductistas, basados en los estímulos o castigos eficaces; 4) los eudemónicos, que invitan a una reivindicación del sentido felicitante del trabajo y de la vivencia de los valores, y 5) Los vinculados con el desarrollo humano, los cuales parten del supuesto de una conexión entre la ética y el nivel de humanización del individuo. Un marco procedimental apto, para la eficacia de estos elementos, teniendo en cuenta el carácter pluralista de nuestras sociedades actuales, viene dado por la propuesta de una ética discursiva, la cual encuentra en las versiones de Adela Cortina y de Jürgen Habermas una feliz expresión.